Que los adoradores del Fuego, la Tierra, el
Agua, y el Viento tuvieran altos valores morales no es fácil de aceptar cuando
de niños nos enseñaron que como no habían conocido a Jesucristo su vida era
todo pecado.
Pero esa no fue la opinión que se formaron
los misioneros llegados a México en el siglo XVI, quienes admirados por lo que
encontraron hicieron tantos elogios a la cultura de los pueblos conquistados
que la iglesia y la corona se vieron en la necesidad de destruir muchos de esos
reportes y condenar al olvido a sus autores. Ese fue el caso de Juan de Tecto,
quien describió las creencias religiosas prehispánicas como “la teología que de
todo punto ignoró San Agustín”; respecto a este comentario me parece importante
destacar que Juan de Tecto era un profesor de teología que enseñó en Paris por
catorce años antes de venir a México, así que es de imaginarse el ruido que sus
notas causaron en Roma.
A la par de la teología, las normas morales
y de conducta que regían a las sociedades prehispánicas también eran sumamente
estructuradas y de un refinamiento superior a las que imperaban en la Europa de
aquellos tiempos.
Fray Bernardino de Sahagún en su “Historia
General de las Cosas de la Nueva España” nos revela que los monarcas y
senadores eran electos, no impuestos, y que debían responder a un perfil de
actuación minuciosamente detallado: Debía (el aspirante), “mantenerse en su
lugar. Ningún soberbio, ni erguido, ni presuntuoso, ni bullicioso, ha sido
electo por señor; ningún descortés, malcriado, deslenguado, ni atrevido en
hablar, ninguno que habla lo que se le viene a la boca, ha sido puesto en el
estrado y trono real; y si en algún lugar hay algún senador que dice
chocarrerías y palabras de burla, luego le ponían un nombre tecucuecuechtli , que quiere decir truhan;
nunca a ninguno le fue dado cargo notable de la república que fuese atrevido, o
disoluto en el hablar, o en burlar”.
Sobre cómo debía mostrarse un verdadero
señor, Fray Bernardino de Sahagún refiere que “Muy humilde, obediente, no
erguido ni presuntuoso, muy cuerdo y prudente, muy pacífico y reposado”,
también menciona que esos preceptos eran incluidos en los consejos que los padres
transmitían a los hijos con la siguiente consigna, “Haz de ser de corazón,
delante de nuestro señor dios. Mira que no sea fingida tu humildad, porque
entonces decirse ha de ti titoloxochton,
que es hipócrita, o titlanixiquipile,
que quiere decir hombre fingido. Mira que nuestro señor dios ve los corazones y
todas las cosas secretas”.
Continuando con Fray Bernardino he aquí más
normas de comportamiento prehispánico.
“No te arrojes a la mujer como el perro se
arroja a lo que ha de comer”.
“Conviene que hables con mucho sosiego, ni
hables apresuradamente, ni con desasosiego, ni alces la voz, tendrás tono moderado,
ni bajo ni alto en hablar, y sea suave y blanda tu palabra”.
“En las cosas que oyeres y vieres en
especial si son malas, disimula y calla”.
“No esperes que dos veces te llamen, a la
primera responde luego, y levántate luego”.
“No seas curioso en tu vestir, ni demasiado
fantástico…ni tampoco traigas atavíos rotos o viles”.
“En la calle o por el camino anda
sosegadamente, ni con mucha prisa ni con mucho espacio…; los que no lo hacen
así llámanlos ixtotomac cuecuetz, que
quiere decir persona que va mirando a todos lados, como loco, y persona que va
andando sin honestidad y sin gravedad; tampoco irás cabizbajo, ni inclinada la
cabeza de lado, ni mirando hacia los lados, porque no se diga de ti que eres
bobo o tonto o malcriado, y mal disciplinado”.
“No comas muy aprisa, no comas con demasiada
desenvoltura, ni des grandes bocados en el pan, ni metas mucha vianda en la
boca, porque no te añusgues, ni tragues lo que comas como perro, no despedaces
el pan, ni arrebates lo que está en el plato; sea sosegado tu comer, porque no
des ocasión de reír a los que están presentes. Al principio de la comida
lavarte has las manos y la boca; y después de haber comido harás lo mismo”.
Una aportación muy importante para que ahora
existan evidencias escritas de estos aspectos de la cultura prehispánica, la
hizo el misionero franciscano Andrés de Olmos, quien aprendió náhuatl, huasteco
y totonaco, y recopiló una gran cantidad de documentos originales, de entre los
que destacan unos libros llamados huehuetlahtolli
, que describían las normas de conducta y la visión moral de los pueblos
nahoas, el nombre de estos escritos se tradujo inicialmente como “Los dichos de
los antiguos” pero creo que la traducción más adecuada es la usada por Ángel
María Garibay en su Historia de la Literatura Náhuatl, “Preceptos de los
Ancianos”.
Comentando
esta obra Garibay nos dice “el texto náhuatl por el padre Olmos enumera
largamente y con gran detalle todas las normas de conducta de un mexicano
distinguido; cómo debe comportarse ante sus superiores, con sus iguales, hacia
sus inferiores; venerar a los ancianos, mostrarse compasivo con el desgraciado,
abstenerse de pronunciar palabras ligeras, conformar sus actos y sus palabras
en toda circunstancia a la más escrupulosa cortesía.”
“Si se asiste a una comida. Tened atención
de cómo entráis. Pues allí os están observando con disimulo. Llegad con
respeto, inclinaos y saludadlo (al dueño). Y al comer no hagáis visajes, ni
estéis retozando, ni comáis sin cuidado, glotones y ávidos, ni engulláis de
prisa, sino poco a poco. Si tenéis que comer mole o tenéis que beber agua, no
hagáis ruido jadeando -¿acaso sois perritos?-. No comaís con todos los dedos,
sino con tres dedos, y hacedlo con la mano derecha. Tampoco tosáis ni escupáis,
no sea que manchéis a alguna persona”.
Regresando a lo reportado por Fray
Bernardino de Sahagún, en los escritos prehispánicos se insiste mucho en el
papel del soberano. A quien el mismo día de su elección se le conminaba así.
“No debéis de decir, ni hacer cosa alguna
arrebatadamente, oíd con sosiego y muy por entero las quejas e informaciones
que delante de vos vinieren; no seáis aceptador de personas, ni castiguéis a
nadie sin razón. Mirad, señor, que en los estrados y en los tronos de los
señores y jueces no ha de haber arrebatamiento, o precipitamiento de obras, o
de palabras, ni se ha de hacer alguna cosa con enojo. Y no habléis a nadie con
ira, ni espantéis a ninguno con ferocidad. Conviene también, oh señor nuestro,
que tengáis mucho aviso en no decir palabras de burlas, o de donaires, porque
esto causará menosprecio de vuestra persona. Ahora os conviene tomar corazón de
viejo y de hombre grave y sereno. No os deis a las mujeres. No penséis, señor,
que el estado real y el trono y dignidad, es deleitoso y placentero, que no es
sino de grande trabajo, y de grande aflicción y de gran penitencia”
Al llegar a este punto, mi curiosidad se
había convertido en indignación. ¿Por qué me habían enseñado desde niño que
antes de la llegada de los españoles, todo era maldad, ignorancia y pecado?
¿Por qué la inmensa mayoría de mexicanos ignoramos que los valores, la
cortesía, y los modales de las civilizaciones prehispánicas eran equiparables y
en muchos casos superiores a la de los europeos más refinados, y
definitivamente superiores a los de la mayoría de los pobladores de aquel
continente?
La respuesta que desgarré de mi vergüenza es
simple, porque la historia que aprendimos
y seguimos enseñando sobre la conquista, la independencia y la revolución, es
la que más nos ha convenido para seguirnos beneficiando sin cargos de
conciencia de los crímenes de las generaciones que nos heredaron los
privilegios que ahora tenemos.
En fin, ya empezaba yo a darme cuenta cabal de lo
mucho que ignoraba de mi país.
Desde distintos ángulos, podemos estudiar quién fue Enrique Congrains y es así como podemos darnos cuenta que se trata de una importante figura de la generación del 50, sitial que logró ocupar con otros reconocidos escritores de la época.
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