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miércoles, 25 de marzo de 2020

EL ENCUENTRO DE LOS DOS MUNDOS



   Fue desilusionante comprobar que Beluzio tuvo razón al pronosticar que la creatividad de los humanos daría al traste con nuestras intenciones, pues ya para finales del siglo VII d.C. todos los mensajes, con excepción del de Buda, habían sido secuestrados por grupos oligárquicos que los usaron para crear religiones de las que asumieron el control por medio de intrigas palaciegas, asonadas y purgas.
   Esa era la situación prevaleciente cuando casi nueve siglos después del nacimiento del último mensajero se dio el “Descubrimiento de América”.
   En 1492 exploradores del grupo experimental arribaron a las islas del Caribe, las colonizaron y exterminaron la población nativa, poco después incursionaron en territorio continental para invadirlo con rapiña inaudita.
   Ya habíamos atestiguado los inconcebibles alcances de la crueldad del hombre contra el hombre, que tenía como evidencia más lacerante la trata de esclavos africanos iniciada por Portugal con el aval de la Iglesia Católica, pero aun eso estaba siendo superado por el sistemático y atroz genocidio realizando por los españoles en el “Nuevo Mundo”.
   El que el encuentro fuera violento no nos sorprendió, pero sí que existiera la posibilidad de que derivara en la aniquilación del Grupo de Control.
   Ella fue comisionada para conocer detalles de lo que sucedía y proponer acciones que aseguraran que la integración de los grupos se realizara según lo previsto. Yo fui nuevamente designado para apoyarla.
   Corría el año 1531, las tierras habitadas por el Grupo de Control habían sido bautizadas por los invasores como Las Indias Occidentales, la mayor actividad se concentraba en la región que había ocupado el Imperio Azteca.
   El gobierno lo ejercían Hernán Cortés y un grupo de oidores, el primero como jefe militar y los segundos como representantes de Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano-Germano.
   Había también dos obispos católicos, ellos eran fray Juan de Zumárraga en México-Tenochtitlan y fray Julián de Garcés en Tlaxcala.
   El ambiente de por sí tensado por la guerra de conquista, estaba enormemente contaminado por las diferencias entre todos los poderes formales.
   Había conflicto hasta entre los obispos, ya que Julián de Garcés había sido nombrado por el papa y Zumárraga por el emperador.
   Los oidores conformaban La Segunda Audiencia de Indias, que substituyó a la que fue disuelta por el emperador a sugerencia del obispo Zumárraga.
   Hacía poco que Cortés había regresado de España y flotaban en el aire los comentarios respecto de la enorme comitiva con la que había viajado, y el boato con que se había conducido para comparecer ante el emperador Carlos V y recuperar su apoyo.
   En apariencia todo le había funcionado bien, pero al regresar a México había recibido la orden de la reina de avecindarse en Tlaxcala.
   Ahí estaba cuando los oidores le pidieron que pacificara una rebelión de naturales en Querétaro y sentara nuevamente su residencia en la capital de la Nueva España.
   Habiendo sido Cortés el principal propiciador de la invasión, Ella decidió que nuestro primer paso fuera acercarnos a él.
   Lo encontramos en la casa del obispo en una ríspida reunión con tres personajes de sorprendente energía vital, fray Juan de Zumárraga obispo de México; don Vasco de Quiroga, miembro de la segunda audiencia; y fray Pedro de Gante, misionero franciscano que trabajaba muy estrechamente con Zumárraga.
   Cortés tenía el uso de la palabra.
   - Mire usted don Vasco, que quede claro que nuestra coincidencia en esta reunión es a instancias e insistencia del señor Obispo, pero yo no he tenido empacho en tomar la oportunidad de exponerle mis desavenencias con lo que he aprendido se dice en la metrópoli sobre el futuro de los nativos de estas tierras, porque es conocimiento de todos que sois hombre probo y bien intencionado.
Sabemos que muchas cosas tienen que ser revisadas entre el cuerpo de oidores y mi persona pero esas diferencias no deben evitar que avancemos en lo que sí coincidimos y lo mismo va con vuestras excelencias –dijo mirando alternadamente a Zumárraga y a fray Pedro- y os repito que si encuentran alguna cosa que pueda hacerse para evitar las barbaridades que se están proponiendo en España, cuenten conmigo y todo lo que yo pueda representar.
   - Pues mire usted señor capitán general -respondió Vasco de Quiroga-, con la misma claridad con que usted se expresa, le digo que yo tengo mis fuertes dudas sobre su sinceridad, ya que si alguien originó las penurias de los naturales habéis sido vos y si de algún grupo he conocido desmanes ha sido de vuestros seguidores y capitanes, aunque debo deciros a fe de justicia que nunca nadie me ha referido de vuestra persona ni desmanes ni villanías, a no ser de la ejecución del rey Cuauhtémoc por cuya causa gran vergüenza agobia a La Corona.
Y en tocante a lo que usted nos expuso sobre lo que palpó en su reciente viaje a la metrópoli, debo deciros que comparto las primicias y el disgusto, porque como es sabido no ha mucho que yo he dejado Europa y en realidad es indignante la manera en que la ambición mueve y controla la lengua de todos los que pueden articular palabra. ¡Miren que cuestionar la naturaleza racional de los naturales!
   - Es justo lo que pienso -respondió Cortés- y reconozco mi participación en el inicio de este drama, pero... ¡coño!, ¡que yo me jugué la vida en ese empeño! pero esos advenedizos ni arriesgan nada ni entienden nada y en la mayoría de los casos ni siquiera ganarán nada, porque se quedarán en España cuidando su hacienda y soñando que hicieron algo bueno opinando sin cuidado sobre temas que desconocen.
   De inmediato terció fray Juan de Zumárraga.
   - Bien señor Capitán, os aseguro que don Vasco, fray Pedro y yo compartimos su preocupación, le agradezco que haya accedido a asistir a esta reunión para repetir lo que me refirió hace ya un mes, su fama de caballero y buen cristiano queda en mi caso cumplimentada y justificada, os mantendré al tanto de cualquier giro en los acontecimientos que afecten este asunto y desde luego tendré presente su ofrecimiento...
   Pedro de Gante arrebató la palabra a Zumárraga para no dejar escapar la oportunidad de plantear su punto de vista antes de que se diera por concluida la reunión.
   - Perdone fray Juan que le interrumpa, pero lo que aquí se discute resulta de mi más alto interés; yo como seguramente saben no he estado siempre del talante de ponderar las virtudes de los nativos, en ocasiones su natural terquedad me ha llevado a la ira e incluso a opinar de ellos cosas poco dignas, pero de eso a pensar que son irracionales al punto de no merecer abrazar la fe dista un buen tramo, lamento que en esta mesa no estén fray Motolinía y...
   Al oír ese nombre Vasco de Quiroga interrumpió a Pedro de Gante para inquirir escandalosamente.
   - ¡Ahí! ¡ahí pare un poco fray Pedro! que deseo me ponga al tanto del origen de ese mote para fray Toribio de Benavente, que yo apenas me he enterado de tal apelativo, ya que a poco de mi llegada solo conversé con él por escasos minutos, y fue recién que fray Juan me refirió que ahora prefiere ser llamado Motolinía.
   - Pues sí don Vasco –respondió Pedro de Gante- resulta que fray Toribio lleva al límite la humildad franciscana que todos deberíamos tener en todos los aspectos de la vida -Al decir esto miró furtivamente la protuberancia abdominal de Zumárraga y siguió diciendo- a tal punto que los naturales identificaron en él más humildad y pobreza que las de ellos y desde los primeros días de su arribo le dijeron que parecía ser motolinía, que en su idioma quiere decir hombre pobre, y fray Toribio que a más de sacrificado catequista goza de un excelente sentido del humor, decidió cambiarse el nombre de una vez y para siempre por el de fray Motolinía, cosa que autorizó gustoso nuestro superior mayor fray Martín de Valencia.
   - ¡Esa es una bella historia!, ¡me encanta! bueno, perdone usted la interrupción y prosiga que nos estaba diciendo que lamenta que fray Motolinía no esté aquí, sentimiento que comparto con usted sin duda.
   - Bien, pues refería que es una lástima que no nos acompañen fray Motolinía y fray Martín, ya que ambos conocen a la perfección lo que son y pueden ser los naturales de estas tierras, y en consecuencia avalarían mi dicho de que si no se corrige de inmediato la actitud de agravio y despojo de los españoles hacia los indios, estas tierras se perderán para la corona de su divina majestad don Carlos que Dios guarde firme en el trono del Imperio.
La sumisión con la que los nativos han aceptado su derrota, es producto de una educación que enaltece la autoridad del vencedor, y de una disciplina a toda prueba, fueron educados además en una moral que si bien no puede llamarse cristiana, sí compite y supera en resultados a la moral mostrada por muchos de los españoles que han venido en búsqueda de fortuna, pero no es cobardía ni mucho menos debilidad lo que los mantiene sumisos, eso hay que tenerlo bien claro, si siguen sufriendo las vejaciones de la esclavitud y el despojo a que se les está sometiendo, se revelarán y aplastarán a la escasa fuerza militar que hace vigente la autoridad de su majestad don Carlos.
   Vasco de Quiroga se recargó en el respaldo de su silla y manteniendo los brazos rectos y tensos sobre la mesa expresó su sorpresa por el panorama expuesto tan fríamente por Pedro de Gante.
   - ¡Válgame Dios! –Soltó don Vasco- ya sabía yo de una situación delicada por los abusos en las personas de los indios, pero de eso a estar a merced de una revuelta... ¿Y que dice de esto señor capitán general?
   - No puedo estar más de acuerdo –Aseguró Cortés-, nuestra presencia y éxito en estas tierras siempre ha sido por el apoyo y consentimiento de los naturales rivales de los aztecas.
La forma de mantenerlos de nuestro lado ha sido reconociéndoles su ayuda asignándoles un lugar en el triunfo, en este momento la mayor parte del territorio esta gobernado por naturales fieles a la corona española, sin ellos sería imposible mantener el control.
Fundamental ha sido el que los adultos están viendo que sus hijos tienen una oportunidad de vida digna en el nuevo orden gracias a la protección de la Santa Iglesia; espero que vuestras señorías no se sientan ofendidas por mi pragmatismo –Miró alternativamente a Zumárraga y a fray Pedro de Gante-, pero la verdad es que en esto de mantener sujetos a los naturales al trono español más ha tenido que ver el trabajo de los franciscanos que toda la pólvora, los caballos y el acero de mis soldados, lo que han hecho ustedes y los religiosos llegados con fray Martín de Valencia, ha sido de más monta que lo que podrían haber logrado cien mil soldados con sus cabalgaduras.
   Pedro de Gante reaccionó con violencia.
   - No me venga ahora don Hernán con que la fe sujeta en lugar de liberar; cuando yo llegué a estas tierras todo era devastación y abuso por parte de los españoles, aunque bien recuerdo que los más impíos eran los recién llegados y algunos de vuestros lugartenientes que no usted, lo que yo inicié no fue ni es para sujetar a los naturales sino para liberarlos de sus demoníacos cultos y protegerlos de la rapiña de los vencedores.
   - No me mal entienda fray Pedro que estamos en el mismo bando –Protestó Cortés-, usted los protegió es cierto, pero a la par les dio la esperanza de que el yugo español fuese al fin de cuentas menos cruel y fatigoso que el de sus anteriores reyes y obispos, a usted le consta que todos los pueblos estaban sometidos a un imperio terriblemente asfixiante; por el otro lado, los aztecas estaban conscientes de que al invertirse los papeles ellos serían tratados igual o peor y cuando los aires cambiaron estaban prestos a sufrir con dignidad, pero el amor de la Santa Iglesia les hizo ver una posibilidad distinta, eso los ha confortado de enorme manera.


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