Fue desilusionante comprobar que Beluzio
tuvo razón al pronosticar que la creatividad de los humanos daría al traste con
nuestras intenciones, pues ya para finales del siglo VII d.C. todos los
mensajes, con excepción del de Buda, habían sido secuestrados por grupos
oligárquicos que los usaron para crear religiones de las que asumieron el
control por medio de intrigas palaciegas, asonadas y purgas.
Esa era la situación prevaleciente cuando
casi nueve siglos después del nacimiento del último mensajero se dio el
“Descubrimiento de América”.
En 1492 exploradores del grupo experimental
arribaron a las islas del Caribe, las colonizaron y exterminaron la población
nativa, poco después incursionaron en territorio continental para invadirlo con
rapiña inaudita.
Ya habíamos atestiguado los inconcebibles
alcances de la crueldad del hombre contra el hombre, que tenía como evidencia
más lacerante la trata de esclavos africanos iniciada por Portugal con el aval
de la Iglesia Católica, pero aun eso estaba siendo superado por el sistemático
y atroz genocidio realizando por los españoles en el “Nuevo Mundo”.
El que el encuentro fuera violento no nos
sorprendió, pero sí que existiera la posibilidad de que derivara en la
aniquilación del Grupo de Control.
Ella fue comisionada para conocer detalles
de lo que sucedía y proponer acciones que aseguraran que la integración de los
grupos se realizara según lo previsto. Yo fui nuevamente designado para
apoyarla.
Corría el año 1531, las tierras habitadas
por el Grupo de Control habían sido bautizadas por los invasores como Las
Indias Occidentales, la mayor actividad se concentraba en la región que había
ocupado el Imperio Azteca.
El gobierno lo ejercían Hernán Cortés y un
grupo de oidores, el primero como jefe militar y los segundos como
representantes de Carlos V, Emperador del Sacro Imperio Romano-Germano.
Había también dos obispos católicos, ellos
eran fray Juan de Zumárraga en México-Tenochtitlan y fray Julián de Garcés en
Tlaxcala.
El ambiente de por sí tensado por la guerra
de conquista, estaba enormemente contaminado por las diferencias entre todos
los poderes formales.
Había conflicto hasta entre los obispos, ya
que Julián de Garcés había sido nombrado por el papa y Zumárraga por el
emperador.
Los oidores conformaban La Segunda Audiencia
de Indias, que substituyó a la que fue disuelta por el emperador a sugerencia
del obispo Zumárraga.
Hacía poco que Cortés había regresado de
España y flotaban en el aire los comentarios respecto de la enorme comitiva con
la que había viajado, y el boato con que se había conducido para comparecer
ante el emperador Carlos V y recuperar su apoyo.
En apariencia todo le había funcionado bien,
pero al regresar a México había recibido la orden de la reina de avecindarse en
Tlaxcala.
Ahí estaba cuando los oidores le pidieron
que pacificara una rebelión de naturales en Querétaro y sentara nuevamente su
residencia en la capital de la Nueva España.
Habiendo sido Cortés el principal
propiciador de la invasión, Ella decidió que nuestro primer paso fuera
acercarnos a él.
Lo encontramos en la casa del obispo en una
ríspida reunión con tres personajes de sorprendente energía vital, fray Juan de
Zumárraga obispo de México; don Vasco de Quiroga, miembro de la segunda
audiencia; y fray Pedro de Gante, misionero franciscano que trabajaba muy
estrechamente con Zumárraga.
Cortés tenía el uso de la palabra.
- Mire usted don Vasco, que quede claro que
nuestra coincidencia en esta reunión es a instancias e insistencia del señor
Obispo, pero yo no he tenido empacho en tomar la oportunidad de exponerle mis
desavenencias con lo que he aprendido se dice en la metrópoli sobre el futuro
de los nativos de estas tierras, porque es conocimiento de todos que sois
hombre probo y bien intencionado.
Sabemos que muchas
cosas tienen que ser revisadas entre el cuerpo de oidores y mi persona pero
esas diferencias no deben evitar que avancemos en lo que sí coincidimos y lo
mismo va con vuestras excelencias –dijo mirando alternadamente a Zumárraga y a
fray Pedro- y os repito que si encuentran alguna cosa que pueda hacerse para
evitar las barbaridades que se están proponiendo en España, cuenten conmigo y
todo lo que yo pueda representar.
- Pues mire usted señor capitán general
-respondió Vasco de Quiroga-, con la misma claridad con que usted se expresa,
le digo que yo tengo mis fuertes dudas sobre su sinceridad, ya que si alguien
originó las penurias de los naturales habéis sido vos y si de algún grupo he
conocido desmanes ha sido de vuestros seguidores y capitanes, aunque debo
deciros a fe de justicia que nunca nadie me ha referido de vuestra persona ni
desmanes ni villanías, a no ser de la ejecución del rey Cuauhtémoc por cuya
causa gran vergüenza agobia a La Corona.
Y en tocante a lo que
usted nos expuso sobre lo que palpó en su reciente viaje a la metrópoli, debo
deciros que comparto las primicias y el disgusto, porque como es sabido no ha
mucho que yo he dejado Europa y en realidad es indignante la manera en que la
ambición mueve y controla la lengua de todos los que pueden articular palabra.
¡Miren que cuestionar la naturaleza racional de los naturales!
- Es justo lo que pienso -respondió Cortés-
y reconozco mi participación en el inicio de este drama, pero... ¡coño!, ¡que
yo me jugué la vida en ese empeño! pero esos advenedizos ni arriesgan nada ni
entienden nada y en la mayoría de los casos ni siquiera ganarán nada, porque se
quedarán en España cuidando su hacienda y soñando que hicieron algo bueno
opinando sin cuidado sobre temas que desconocen.
De inmediato terció fray Juan de Zumárraga.
- Bien señor Capitán, os aseguro que don
Vasco, fray Pedro y yo compartimos su preocupación, le agradezco que haya
accedido a asistir a esta reunión para repetir lo que me refirió hace ya un
mes, su fama de caballero y buen cristiano queda en mi caso cumplimentada y
justificada, os mantendré al tanto de cualquier giro en los acontecimientos que
afecten este asunto y desde luego tendré presente su ofrecimiento...
Pedro de Gante arrebató la palabra a
Zumárraga para no dejar escapar la oportunidad de plantear su punto de vista
antes de que se diera por concluida la reunión.
- Perdone fray Juan que le interrumpa, pero
lo que aquí se discute resulta de mi más alto interés; yo como seguramente
saben no he estado siempre del talante de ponderar las virtudes de los nativos,
en ocasiones su natural terquedad me ha llevado a la ira e incluso a opinar de
ellos cosas poco dignas, pero de eso a pensar que son irracionales al punto de
no merecer abrazar la fe dista un buen tramo, lamento que en esta mesa no estén
fray Motolinía y...
Al oír ese nombre Vasco de Quiroga
interrumpió a Pedro de Gante para inquirir escandalosamente.
- ¡Ahí! ¡ahí pare un poco fray Pedro! que
deseo me ponga al tanto del origen de ese mote para fray Toribio de Benavente,
que yo apenas me he enterado de tal apelativo, ya que a poco de mi llegada solo
conversé con él por escasos minutos, y fue recién que fray Juan me refirió que
ahora prefiere ser llamado Motolinía.
- Pues sí don Vasco –respondió Pedro de
Gante- resulta que fray Toribio lleva al límite la humildad franciscana que
todos deberíamos tener en todos los aspectos de la vida -Al decir esto miró
furtivamente la protuberancia abdominal de Zumárraga y siguió diciendo- a tal
punto que los naturales identificaron en él más humildad y pobreza que las de
ellos y desde los primeros días de su arribo le dijeron que parecía ser
motolinía, que en su idioma quiere decir hombre pobre, y fray Toribio que a más
de sacrificado catequista goza de un excelente sentido del humor, decidió
cambiarse el nombre de una vez y para siempre por el de fray Motolinía, cosa
que autorizó gustoso nuestro superior mayor fray Martín de Valencia.
- ¡Esa es una bella historia!, ¡me encanta!
bueno, perdone usted la interrupción y prosiga que nos estaba diciendo que
lamenta que fray Motolinía no esté aquí, sentimiento que comparto con usted sin
duda.
- Bien, pues refería que es una lástima que
no nos acompañen fray Motolinía y fray Martín, ya que ambos conocen a la
perfección lo que son y pueden ser los naturales de estas tierras, y en
consecuencia avalarían mi dicho de que si no se corrige de inmediato la actitud
de agravio y despojo de los españoles hacia los indios, estas tierras se
perderán para la corona de su divina majestad don Carlos que Dios guarde firme
en el trono del Imperio.
La sumisión con la
que los nativos han aceptado su derrota, es producto de una educación que
enaltece la autoridad del vencedor, y de una disciplina a toda prueba, fueron
educados además en una moral que si bien no puede llamarse cristiana, sí
compite y supera en resultados a la moral mostrada por muchos de los españoles
que han venido en búsqueda de fortuna, pero no es cobardía ni mucho menos
debilidad lo que los mantiene sumisos, eso hay que tenerlo bien claro, si
siguen sufriendo las vejaciones de la esclavitud y el despojo a que se les está
sometiendo, se revelarán y aplastarán a la escasa fuerza militar que hace
vigente la autoridad de su majestad don Carlos.
Vasco de Quiroga se recargó en el respaldo
de su silla y manteniendo los brazos rectos y tensos sobre la mesa expresó su
sorpresa por el panorama expuesto tan fríamente por Pedro de Gante.
- ¡Válgame Dios! –Soltó don Vasco- ya sabía
yo de una situación delicada por los abusos en las personas de los indios, pero
de eso a estar a merced de una revuelta... ¿Y que dice de esto señor capitán
general?
- No puedo estar más de acuerdo –Aseguró
Cortés-, nuestra presencia y éxito en estas tierras siempre ha sido por el
apoyo y consentimiento de los naturales rivales de los aztecas.
La forma de
mantenerlos de nuestro lado ha sido reconociéndoles su ayuda asignándoles un
lugar en el triunfo, en este momento la mayor parte del territorio esta
gobernado por naturales fieles a la corona española, sin ellos sería imposible
mantener el control.
Fundamental ha sido
el que los adultos están viendo que sus hijos tienen una oportunidad de vida
digna en el nuevo orden gracias a la protección de la Santa Iglesia; espero que
vuestras señorías no se sientan ofendidas por mi pragmatismo –Miró
alternativamente a Zumárraga y a fray Pedro de Gante-, pero la verdad es que en
esto de mantener sujetos a los naturales al trono español más ha tenido que ver
el trabajo de los franciscanos que toda la pólvora, los caballos y el acero de
mis soldados, lo que han hecho ustedes y los religiosos llegados con fray
Martín de Valencia, ha sido de más monta que lo que podrían haber logrado cien
mil soldados con sus cabalgaduras.
Pedro de Gante reaccionó con
violencia.
- No me venga ahora don Hernán con que la fe
sujeta en lugar de liberar; cuando yo llegué a estas tierras todo era
devastación y abuso por parte de los españoles, aunque bien recuerdo que los
más impíos eran los recién llegados y algunos de vuestros lugartenientes que no
usted, lo que yo inicié no fue ni es para sujetar a los naturales sino para
liberarlos de sus demoníacos cultos y protegerlos de la rapiña de los
vencedores.
- No me mal entienda fray Pedro que estamos
en el mismo bando –Protestó Cortés-, usted los protegió es cierto, pero a la
par les dio la esperanza de que el yugo español fuese al fin de cuentas menos
cruel y fatigoso que el de sus anteriores reyes y obispos, a usted le consta
que todos los pueblos estaban sometidos a un imperio terriblemente asfixiante;
por el otro lado, los aztecas estaban conscientes de que al invertirse los
papeles ellos serían tratados igual o peor y cuando los aires cambiaron estaban
prestos a sufrir con dignidad, pero el amor de la Santa Iglesia les
hizo ver una posibilidad distinta, eso los ha confortado de enorme manera.
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