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martes, 14 de abril de 2020

Sexo y cadenas alimenticias


  Al inicio hicimos varios individuos de cada vegetal y en estricto apego a los lineamientos les incorporamos pequeñas diferencias que en la mayoría de los casos se limitaban a la cantidad de ramas.
   Resolvimos el asunto de su multiplicación con la invención de embriones que surgidos del cuerpo de las plantas caían al suelo para germinar.
   Confrontamos entonces el problema de que los embriones producían copias exactas, no individuos diferenciados.
   Teníamos que propiciar que los descendientes tuvieran una morfología distinta conservando todas las características de su especie, el asunto resultó muy complicado y derivó en la creación del sexo.
   Diseñamos para cada especie vegetal un órgano productor de materia de fecundación, ahora llamado polen, y otro en donde se gestara un nuevo embrión.
   Después creamos vegetales con ambos órganos o con solo uno de ellos y nos aseguramos de que el polen fuera transportado al órgano de gestación de otro individuo por aire o por agua, según tales órganos estuvieran a la intemperie o sumergidos.
   Esto funcionó muy bien hasta que hubo crisis de sobrepoblación porque las nuevas plantas, sobre todo las terrestres, crecían en el mismo espacio físico de la planta original porque los embriones caían ahí, entonces, para que las nuevas plantas ocuparan un lugar diferente nos enfrascamos en una etapa creativa de la que surgieron contenedores de embriones, ahora llamados semillas, que responden a las más audaces ideas para flotar en el aire o en el agua o para rodar por las pendientes de los terrenos.
   Tras millones de años de estar creando vegetales fuimos autorizados a aplicar lo aprendido para crear vida animal, respetando la regla básica de que cada especie debería complementar cuando menos a otra especie animal o vegetal.
   Fue entonces que inventamos semillas que pueden resistir los jugos gástricos de los animales y contenedores de semillas que ahora se conocen como frutas; con las frutas logramos que los animales se alimentaran de vegetales sin aniquilarlos y además fueran coadyuvantes en la diseminación de las semillas que ingerían.
   También hicimos intervenir una gran cantidad de especies animales en la proliferación de vegetales, dotándolos de un pelambre al que se pudieran adherir semillas y polen para ser transportados.
   Animales acuáticos, animales terrestres y animales con alas, fueron creados en ese orden.
   Esa etapa fue totalmente diferente a la de creación de vida vegetal, dado que para que los animales pudieran ejercer su libre albedrío, era necesario dotarlos de un nivel de capacidad creadora que les permitiera elaborar estrategias ante los múltiples retos a confrontar, que cubrían desde cómo escalar una pendiente hasta cómo cazar, cómo combatir, cómo eludir un enemigo o cómo alcanzar o derribar una fruta.
   Pero para resolver eficientemente todo eso, la creatividad que requerían era casi equiparable a la de los humanos, así que nuevamente nos detuvimos para idear una solución que les permitiera manejar con eficiencia circunstancias demandantes de una gran creatividad sin realmente dotarlos de más creatividad.
   Solucionamos el problema con la invención de protocolos de respuestas predefinidas, que no son otra cosa que los instintos con que cada especie supera complejos retos de coexistencia y supervivencia.
   Nuevamente el asunto más complicado fue el de la reproducción.
   Cuando inventamos el sexo de los vegetales no tuvimos que lidiar con el libre albedrío, pero con los animales teníamos que permitir que la selección de pareja fuese hecha por los individuos y que el instinto solo les ayudara a asegurar que la pareja seleccionada fuese de su misma especie.
   Esto generó un nuevo reto particularmente complicado y divertido, porque nos pusimos a trabajar para establecer las formas y los medios que propiciaran que fuesen los individuos mejor dotados los que resultaran más atractivos al otro sexo, así inventamos la coquetería y los cortejos.
   El que los animales comieran vegetales lo resolvimos sin mayores complicaciones, pero aceptar que existieran animales que se alimentaran de animales inició una polémica que aún nos divide.
   No fue ese un requerimiento inicial, surgió como necesidad para controlar la sobrepoblación y conservar el equilibrio entre especies; las discusiones fueron acaloradas y de larga duración hasta que concluimos que era indispensable que así fuera, pero muchos seguimos lamentando que no exista otra opción que deje incólumes la individualidad y el libre albedrío de nuestras creaturas.
   Convenimos finalmente crear animales vegetarianos y carnívoros, y en establecer relaciones simbióticas entre animales, entre vegetales y entre animales y vegetales.
   Surgieron las más fantásticas formas de vida.
   Para dar a cada especie oportunidades de supervivencia todas las mesas quedaron obligadas a compartir los detalles de sus diseños con las demás, para que a cada característica de depredación y ataque correspondiera una de protección y defensa.
   Rapidez, agudeza visual, agudeza auditiva, tacto, mimetismo, percepción de peligro, todas las características que hoy observamos en las especies que pueblan el planeta fueron objeto de diseño y experimentación, fue así que se perfeccionaron las soluciones motrices de ataque y defensa.

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